Apoyado en una valla de madera,
al ocaso de un día de trabajo,
veo un caballo salvaje.
Galopa al viento,
sin bridas ni arnés que lo aten.
Vuela veloz por la pradera
dejando una estela en el campo.
El trigo se estremece al paso
del raudo corcel.
Admirado por su belleza
me entristece no poder compartir
la libertad de la que goza.
Porque, aunque esté encerrado,
es libre de cabalgar a sus anchas...
Ahora que aminora su paso
me acerco para poder tocarlo.
Mi mano en su costado
encuentra el acelerado pulso
de un corazón fuerte y capaz.
Miro en sus ojos y me veo reflejado.
Acariciando su morro busco establecer
un vínculo que nos una.
Convertirme en su jinete y poder cabalgar
desde donde sale el sol
hasta el ocaso.
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