EL  JINETE MUERTO
En esas horas del alba
cuando el  sol alumbra en los cerros
vienen ladrando los perros,
tristes de la madrugada.
 
Desbocados y crueles
destrozan la luna llena
que está mirándose alegre
en los espejos del agua.
 
Cercanas y melancólicas
mugen sus penas las vacas,
y crotoran las cigüeñas
saludos  desde atalayas.
 
Las encinas, sorprendidas,
van dibujando fantasmas
de sombra negra de miedos
sobre la hojarasca helada.
 
La luna pierde su velo
por el cielo azul del alba
que va perfilando cerros
con reflejos de la helada.
 
 
Al son de los tamboriles
de los cascos en la graba,
garabato entre las sombras
el jinete se acercaba
 
doblado sobre el caballo,
la cara desencajada,
los ojos yertos del frío,
perdidos en la llanada.
 
Sobre los botos camperos
calzaba espuelas de plata,
zahones de cuero grueso,
faja de seda morada,
 
cadena de oro macizo
sobre chaleco de pana,
camisa de lino claro,
y pantalones de guata.
 
Esperpento en el camino,
por calles desdibujadas,
entra en el pueblo, y el  bruto,
se va derecho a su casa.
 
 
Gritos de muerte sonaron
por las callejas calladas…
Rojas, sobre la pechera,
lucen rosas coloradas
 
de sangre ; en medio de ellas
enhiesta, como una estaca,
mensajera de su muerte
hay  una faca clavada.
 
Por las barreras del alba,
que el sol alumbra en los cerros,
enmudecieron  los perros
tristes de la madrugada.
M. Pablos
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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