Pasan los tiempos, las voces se
doran
como frutos maduros en otoño;
volvemos al recuerdo , a las
auroras
de la niñez, que un día
disfrutamos.
Ni el pueblo ni las gentes son
los mismos,
ni nosotros tenemos la frescura
que nos llevara a cometer
locuras
cuando cumplimos los dieciocho
años.
Recordamos nostalgias del
antaño
cada vez que el antaño nos
visita,
es un rito ancestral que no nos
quita
las ganas de vivir, nos las
alienta.
Tuvimos soles y también
tormentas
en la vida que pasar nos
tocara,
pero al igual que el labrador
que ara
la planicie reseca,
interminable,
y nunca mira atrás hasta que el
cerro
llega al final de la besana
muerta,
ahora que recogemos de la
huerta
de nuestra vida el fruto
trabajado,
nos damos cuenta que el pesado
arado
que nos tocó arrastrar, dibujó
el cerro
caló en el alma, como cala el
hierro
en la tierra marrón que nos
rodea,
y una vez terminada la tarea
vimos el fruto verde en
primavera,
recogimos aquello que
sembramos,
protegimos el cerro de los
nuestros,
y con los brazos del cariño
abiertos
y el amor en los labios y en el
alma,
donde hubo guerra negociamos
calma,
donde hubo huida abrimos un
cobijo,
amamos a los nuestros y en los hijos
vemos llegar las nuevas
sementeras;
luchamos con los tiempos como
fieras
para ganar la partida al
futuro:
abrimos zanjas, derribamos
muros,
lloramos de dolor cuando las
almas,
rotas por las costuras de la pena,
nos hicieron patente la condena
de pagar por vivir con la
amargura
de perder a los nuestros un mal
día.
Tuvimos desengaños, fantasías,
amores viejos que como las
hiedras
se agarraron al alma de las
piedras
de nuestros sentimientos como
lapas…
Luego cubrimos el dolor con
capas
de otros cariños, de otras
ilusiones.
Dejamos la amargura en los
rincones,
entre la oscuridad del pensamiento
y seguimos corriendo, como el
viento,
persiguiendo en los lienzos de
los tiempos,
nuevas quimeras, nuevas
sensaciones.
Y así pasa la vida, amigos
míos:
son sesenta, pero aún nos
quedan bríos
para poder levantar nuestras
copas
y brindar porque el futuro
incierto
nos lleve a navegar y alcanzar
puertos
en el país de nuevas ilusiones.
Así pues levantad vuestras
copas
y brindemos por los viejos antaño,
por todo aquello que dieron los
años,
en amor, en dolor, en
ilusiones…
Que no mueran las buenas sensaciones
y podamos reunirnos muchos
años.
MANUEL PABLOS
PROFESOR DE LA FARGA