viernes, 7 de noviembre de 2014

Un pueblo llamado Evol









                                                                             
En un tranquilo valle del Pirineo francés, ocultado entre riachuelos y árboles frondosos, se muestra tímidamente el campanario de la iglesia parroquial. A tan solo unos pasos, los escasos habitantes del pueblo se desperezan y se disponen a dejar pasar a cámara lenta el transcurso del día que, otra vez más, les roba veinticuatro horas de sus longevas vidas. 
Gatos negros, ovejas perdidas y visitantes curiosos parecen acompañarles en esa "peligrosa" epopeya. 
Evol, ese pequeño paraíso que nubla la mente de aquellos que la ven, sonríe vergonzosa, ignorando los problemas de todo
lo que ocurre a tres kilómetros a la redonda.
Emmanuelle, Renée, Henry, Boniface y Seràphine entre otros comtemplan diariamente la belleza que les envuelve, que crea una atmósfera pura, diferente y adictiva que les impide salir de allí, como si de unas barreras invisibles se tratara.
Todos los evolienses se sienten incapacitas para dejar su pueblo, sus costumbres, sus campos y, lo que es más importante, sus recuerdos y momentos vividos entre aquellas paredes de piedra, pizarra y humildad.




Gabriel Sánchez Salido    - La Farga -

2 comentarios:

  1. Bellísimo dibujo del pueblo - Évol -, del paisaje, de sus gentes...Preciosas letras de un nuevo escritor de La Farga.¡¡Enhorabuena¡¡

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  2. La descripción de ese pueblo y sus habitantes, me recuerda los pueblos españoles que se encuentran en esa misma situación; sus habitantes no quieren dejar su forma de vida, y van sucumbiendo al paso del tiempo hasta su total extinción. Excelente aportación.

    Saludos.

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