miércoles, 21 de agosto de 2013

Crepúsculo


 
 

                           

                                      Ante la iglesia de Topas, en un  atardecer de verano.

 

 

         Es la hora del crepúsculo.

         En la onírica torre de la iglesia

         refleja el sol sus rayos mortecinos

         encendiendo la noche de las grietas.

 

         Atraviesan el cielo los vencejos

         veloces, como negras transparencias,

         chillando sus mensajes inconclusos

         al verdinegro de la rancia piedra.

 

         En brusquedad de cambio inapreciable

         tiembla la luz en la campana vieja.

         Hay reflejos de bronce en su tersura;

         hay reflejos de noche en su tristeza.

 

         Mueve el viento, que anuncia tempestades,

         un anaquel de hojas amarillentas

         que, intentando elevarse al infinito,

         acaban desangrándose en la tierra.

 

         Sobre el toque del Ángelus, se apagan

         los últimos sonidos en la aldea.

         Se encienden, sobre el fondo de la noche,

         temblando del relente, las estrellas.

 

       Mi alma es crepuscular, como la tarde,

         y el mortecino sol que la calienta

         descubre entre las grietas del espíritu

         musgo verdoso sobre rancia piedra.

 

         Entre la vieja duda que la embarga

         ensayan los vencejos volteretas,

         - negras ideas en naciente noche -,

         hojas caídas que el recuerdo aventa.

 

         Y en brusquedad de cambio inapreciable

         una imagen antigua se refleja:

         claridad de caudal inescrutable

         entre la negra noche de mis penas.

 

         Sobre los frios vientos del recuerdo

         una lágrima tiembla;

         en el fondo azulado de un ocaso

         se oculta, sollozando, la tristeza.
 
 
 
 
 
MANUEL PABLOS
 
PROFESOR DE LA FARGA


 




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